El pasado 6 de Junio, a los 42 años, moría por un ataque cardíaco Kevin Johnson, más conocido por sus fans de Internet y del mundo de la lucha como Kimbo Slice, un nombre que resonará en la historia de la red como otros nombres. Como, digamos, Batu The Dog, pero salvando las distancias.
Kimbo se convirtió en un fenómeno de internet cuando comenzaron a difundirse los vídeos de sus peleas callejeras, donde putos locos, moles humanas, se destrozaban a puños desnudos, y Kimbo siempre los acababa tumbando con la infalibilidad de un martillo pilón. ¿O no siempre...? Más tarde Kimbo se pasó al mundo de las peleas reglamentarias, a las artes marciales mixtas y al boxeo, pero su nombre era siempre el más coreado. Era la estrella de internet subiéndose al ring.
Por el 2008 descubrí todo esto a la vez, la figura de Kimbo, las hiperviolentas peleas callejeras, y me dejó totalmente impactado. Tras investigar un poco escribí el siguiente texto, del cual estoy bastante orgulloso, excepto quizá por un final bastante abrupto. Mi intención era publicarlo aquí, en Atomic Buddha, pero vaya usted a saber por qué, nunca lo hice.
Ahora aquí lo tenéis, con 8 años de retraso, ya difunto Kimbo. Algunos hechos y nombres han sido inventados, ya por ignorancia, ya por licencia narrativa.
La danza ritual de "I'll whip ya head boy"
John Johnson
conoció a Kimbo Slice y le hizo una propuesta.
- Kimbo, eres un negro
enorme con pinta de peligroso. Tienes brazos como muslos y dos hombros como dos
cabezas de negro. Parece que podrías matar a alguien sólo dándole una hostia
con esa barbaca que tienes de oreja a oreja. Necesito a alguien como tú.
¿Trabajarías para mí como guardaespaldas? Te pagaría muy bien.
- Kimbo –respondió
Kimbo.
John Johnson formaba
parte de Reality Kings, empresa del porno propietaria de varias marcas con bastante
éxito en Internet, como MILF Hunter, es decir, una de esas páginas web de porno
de donde nunca te bajas nada pagando porque todo está ya en el emule.
Kimbo se puso la
camiseta negra con el lema Reality Kings
y pasó a formar parte de la plantilla de negros con pinta de peligrosos que acompañaban
a Johnson de un lado para otro, de un evento a otro. Su crew. También estaba Walt,
una montaña humana que le sacaba tres cabezas a todo el mundo. Un pedazo de
gordo donde cabían dos kimbos, con casi tanto ceño como barriga.
Había una feria
erótica, y allá iban con Johnson, detrás de Johnson, abriendo paso sólo con su
presencia y mirando a todo el mundo con cara de mala hostia. Pero al poco la
cara de mala hostia se delató como innecesaria. Pronto fue divertido. Las manos
se chocaban y las espaldas se palmeteaban, sup men, what up, nigga.
Llegaban los oscars del
porno, del eufemísticamente llamado cine de adultos, y allá iban acompañando a
Johnson, saludando a gente que habían conocido de otros certámenes, de otras ferias,
a la crew y guardaespaldas de otros jeques del Reality Kings o de otras
productoras, haciendo amigos. Todos sabían que si te empeñabas por el lado
equivocado te soltaban a Kimbo, que se te arrimaba y de una hostia te dejaba
con las neuronas que tendrías a los 60 años. No hacía falta conocerle ni haber
oído hablar de él, bastaba con mirarle. Así que todo el mundo quería ser amigo
de Johnson y de Kimbo.
Los jeques del porno
competían entre ellos por ver quién tenía la crew con los tíos más mazas, más gordos,
más enormes y más negros. Pero al final todos eran amigos. Más les valía.
Un día Johnson fue a
Kimbo y fue a proponerle algo que cambiaría su vida.
- ¿Sabes? He estado
pensando. He estado pensando en cómo peleaste con aquel tío el otro día en la
feria de Las Vegas, aquel que se puso chulo, que hablaba demasiado. Le dejaste
fuera con un par de golpes, y tenías estilo de boxeador. Hemos tenido una idea
y queríamos proponértelo. ¿Qué te parece si te metemos en peleas por dinero?
Por apuestas. Te pagaríamos. Serían peleas sin guantes, no profesionales, vale
casi todo.
- Kimbo –respondió.
Así que empezó a
pelear. Le buscaban contrincantes. Hacían un par de llamadas y encontraban a
alguien que conocía a un tío en cierto barrio que era un bestia y tenía el peso
suficiente. Y para allá se iba la crew en la furgoneta, todos uniformados con
sus camisetas negras de Reality Kings. Por el camino hablaban del combate
inminente, de cómo era el otro tío, cuáles eran sus puntos débiles, qué tenía
que hacer Kimbo y lo chupado que lo tenía Kimbo. Kimbo lo iba a destrozar.
Kimbo siempre los destrozaba.
Llegaban allí, a la
casa del contacto, entraban todos e iban al jardín trasero, al backyard.
Aquello era backyard fight. Sin guantes, sin suspensorios, sin rounds, sin reglas (casi).
Allí esperaba un chicano enorme con pinta de haber pasado una temporada en la
cárcel, o al menos de merecérselo.
Kimbo se quitaba y
la camiseta y el otro ya temblaba, sabiendo lo que iba a pasar. Todos en el
backyard sabían lo que iba a pasar, porque Kimbo tiene dos hombros como dos
cabezas de negro y un pecho como una colchoneta de playa cubierta de vello
negro y espeso africano. Porque Kimbo se inclina hacia adelante, y coloca los puños y mira y se concentra y mueve los
pies como un profesional, por muchas libras que pese el otro.
El otro. El otro
pega bien y en el barrio impone respeto y sabe que si algún día alguien entra
en su casa para robar podrá coger un bate y destrozarle. Y sobrevivió en la
cárcel, con eso se dice todo. Estaba con el grupo ganador.
Pero aquí, en el
backyard, empieza la pelea y ya se sabe lo que va a pasar. Porque Kimbo se te
lanza como una cosechadora encima, como un diablo de Tasmania, un torbellino de
puños, con la furia de su primera vez, y las dos primeras hostias ya le dejan
claro al otro lo que hay, y recula, y calcula. Y puede decir “Joder, venga, que
soy yo. Voy a matar a este negro. Voy a destrozarlo. Soy yo. Voy a sacar todo
lo que tengo y le voy a tumbar. No eres tan duro. ¡No eres tan duro! ¡Sólo eres
un hombre!”. Y lo intentas. Le lanzas uno y otro y oyes a todo el mundo
gritando, a todos esos apostadores y tus amigos animando, chillando como monos,
por un momento parece un conflicto en la selva. Y el caso es que le das, le das
bien. Pero Kimbo está ahí con los brazos abiertos, invitándote, como diciendo
“¿Eso es todo? ¡Venga, inténtalo otra vez!”. Y le das otra vez y le giras la
cara de una buena, la mejor que tienes. Él ni siquiera se protege ni te
esquiva, recibe el golpe. Y ahí está el Kimbo, como si nada, mirándote,
chillándote, invitándote.
Reculas de nuevo,
calculando. Calculando si echar a correr o tirar la toalla. O suicidarte. Kimbo
está ahí provocándote con los brazos abiertos, haciendo señas de que te
acerques, diciéndote con los dientes apretados:
- Come on! Come on! What´s up?!
Y todos están
alrededor mirándote, y eres el más duro de todo el barrio y hay dinero en juego.
Así que optas por suicidarte. Te lanzas y le metes un gancho que tumbaría a un
buen policía. Pero cuando todos los monos están gritando Finish him, Kimbo! Kill that motherfucker! Finish him!, Kimbo te
hace ver tu error y ya está, de la que te mete te ha reventado media cara. No
verás por ese ojo en más o menos una semana.
Necesitas respirar.
El cabrón te pide más. Todos preguntan. Kimbo te pregunta extendiendo su mano y
tú le respondes chocándosela. Se acabó la pelea. Más gritos que nunca.
Al final siempre se
daban la mano y se abrazaban. Porque no peleaban por odio, sino sólo por dinero
y por probar quién era más fuerte. Por ser hombres, por sentir dolor. Con media
cara abierta y el ojo hecho magra, el chicano abrazaba a Kimbo y reían como
colegas de toda la vida, se felicitaban por el combate e intercambiaban sudor.
La crew se marchaba
del jardín, de la casa, se montaban en la furgoneta colocados de adrenalina, de
orgullo, de marcha, sintiendo que podían haber derribado las torres gemelas a
cabezazos.
- I told ya, nigga! I told ya! I
know my dog!
Walt miraba alrededor ceñudo.
Kimbo decía poco pero
estaba contento. Contento, resollando como un bull terrier, cubierto de sudor y
la barbaca salpicada de una sustancia blanca.
Unas cuantas peleas y
miles de dólares después, Johnson fue a Kimbo y le dijo:
- Hemos pensado que
vamos a subir algunas peleas tuyas que hemos grabado a Internet. Tus peleas son
la caña. A la gente le van a gustar. ¿Qué te parece?
- Kimbo Slice.
- ¿Cómo…?
- Kimbo Slice.
- Oye, me gusta, ese
va a ser tu nombre artístico: Kimbo Slice. Bueno, ya te contaré.
Más peleas. La pelea contra Chico, la pelea contra Dreads, contra Adryan, contra The Bouncer, contra
Afro Puff y Big Mac, uno detrás de otro. Siempre dos hombres mirándose a los ojos y a los puños, danzando uno
en torno al otro, en un jardín trasero, en un porche, en un almacén, en un
aeropuerto. Sin calzón de color, sin chica meneando el culo con un letrero
anunciando el round, sin publicidad, sin cuerdas, sin árbitro. Combates contra,
sí, tíos grandes y duros, tíos que te harían cambiar de acera por la noche, que
te aprietan en la clavícula y te matan. Pero Kimbo les daba un izquierdazo y un
derechazo y se acabó. Se acabó el video. Adolescentes de todas partes volvían a
darle al play para ver el gancho que le cuela Kimbo a The Bouncer por el hueco
que deja por abajo, y aullaban y se les derramaban los doritos y el purple drank cuando veían al Bouncer quedarse
tonto, temblar, flaquear, dar unos pasos hacia atrás en cuclillas y caer al
suelo con cara de no saber qué ha pasado. Miles de chicos blancos exclamaban
- Holy shit!
Viendo cómo Kimbo
acorrala a otro en el suelo, contra la valla de madera, y sigue dándole y
dándole y dándole con la maza en toda la cepa hasta que pide clemencia. Kimbo
se aleja con elegancia y le pregunta: “¿Estás bien?”. Qué cabrón.
Kimbo siempre gana. Kimbo siempre destroza. Kimbo lo aguanta todo. Kimbo los tumba a todos en un par de minutos. Nadie es rival para Kimbo.
Eso era un problema.
¿Acaso sólo subían los videos de las peleas en las que ganaba? ¿Alguna vez
había perdido? ¿Cómo sería la bestia que había podido vencer a Kimbo? Y todos
los tíos con los que enfrentaban a Kimbo eran gordos, o necesitaban cada dos
por tres apartarse las rastas de la cara, o quedaba claro desde el principio
que iban a caer, incluso que tenían miedo. Quizá nadie pensaba en todo eso.
Tenían a un ídolo, a una nueva estrella de Internet. Y no un gordo haciendo el
patoso o cantando una canción, o un freak disfrazado. Un tío sudoroso que da
hostias como panes a puño cerrado. Un animal seguro de sí mismo con una barba tan espesa que no deja escapar la luz. Un personaje totalmente underground y rozando lo ilegal.
Aquellas peleas, el
backyard fight, pasaron a llamarse kimbo fights.
Los videos de sus
peleas en Internet fueron acumulando miles de descargas, y luego de visitas. Invitarona Kimbo Slice a un programa de la MTV. Ofrecían a un par de desgraciados por la calle dejarse pegar en el estómago por “un amigo” de la presentadora. Luego el
amigo llegaba y resultaba ser Kimbo Slice. Entonces los incautos reían por no
llorar. Tenían internet y sabían.
Kimbo les daba una
mascá a cada uno en las tripas y salían despedidos hacia atrás. En el suelo
reían. Estarían una temporada a base de dieta blanda, pero ya eran cien dólares
más ricos.
Los fans de Kimbo
nunca le habían visto perder.
Entonces llegó el combate contra Sean Gannon.
Sean Gannon era un blanco muy alto,
no especialmente cachas, simplemente grande. Un tío de aspecto normal que se había ganado la vida como policía en Nueva York.
-
Mi mulo le puede a tu mulo –le habían dicho a John Johnson. Así que tuvieron
que organizar aquel combate. “El combate del que todo el mundo te ha hablado”,
lo llamaron en Internet.
Fue
un combate eterno.
Puedes
ver perfectamente la progresión, la diferencia entre los luchadores enérgicos
del principio y los dos peleles totalmente extenuados del final intentando
reunir fuerzas para dar un golpe más. Nadie había durado tanto con Kimbo. Todo
vale en este tipo de lucha, pero casi nadie había tenido la oportunidad de
llegar a usarlo contra Kimbo. Rodillazos. Codazos en toda la cara. Llaves. Se
acorralaban contra la pared y se castigaban el bazo. Se lanzaban contra las
colchonetas del suelo, se arrollaban el uno al otro quitando de en medio los
bloques que delimitaban el “ring”, casi atropellando a los espectadores, a los
managers, a los apostadores, la crew, todos los que aullaban, y gritaban, animaban,
se desgañitaban por un día para sugerir cosas bastante violentas y mortales que,
de oírles, sus mujeres probablemente desaprobarían. Cosas como “¡Mata a ese negro!”, por ejemplo.
La
gente no podía más. Invadieron las colchonetas y los rodearon para gritarles
más de cerca, para mirar más de cerca. Le está cogiendo de la pierna, eso no
vale. Está usando la rodilla, eso no vale. Gritos y protestas sin parar.
Parecería que los dos bandos de espectadores se van a matar entre ellos.
Los
luchadores no pueden más. Se agarran y ahí se quedan, sin fuerzas para soltarse
ni para golpear. Los ves y parece que cada golpe lo dan a cámara lenta, que el
puño frota, más que pegar. Parecen nenas. Parece que llevaran plomo en los
puños. Golpes que probablemente, incluso a cámara lenta como esa, a ti y a mí
nos noquearían.
Y
ahí está, un último arranque de Gannon. Ha dicho: “¡A la mierda, arriba!”. Hace
caer a Kimbo, que por su expresión parece que ya no sabe ni que está en un
combate, ni por qué le está pegando tanto ese señor tan malo.
No
puede ser. Se arremolinan alrededor de Kimbo y le gritan para que se levante.
Cuentan.
En
este tipo de lucha no hay rounds, pero cuando estás en el suelo, aunque sea con
una rodilla en el suelo, te cuentan hasta treinta, y más vale que aproveches
ese tiempo para recuperar el aliento y recordar quién eres. Kimbo lo aprovecha.
A los veinticuatro se levanta y todos rugen con una última esperanza. Gannon le
demuestra que ha sido mala idea. ¿Te levantas? ¿Todavía duras? Voy. Tú eres
guardaespaldas como yo soy policía. No tengo nada contra ti, pero te voy a destruir. Le golpea en el cuello con un resquicio de energía que le quedaba guardado en los
talones.
Kimbo
cae de nuevo. Kimbo ha caído. Get up, nigga! Get up! Uno, dos, tres,
veinticinco. Kimbo ha perdido. Kimbo ha perdido. Todos gritan. Esto es
historia.
Los
dos se abrazan como si acabaran de dar a luz un hijo compartido. No se puede
sudar más en el mundo.
Kimbo
siguió siendo una celebridad y teniendo fans. Pasó a luchar en la MMA, Artes
Marciales Mixtas, donde dos luchadores que pueden venir de mundos diferentes
(artes marciales y boxeo, kick boxing y pelea callejera) se encierran en un
ring casi jaula. Entrenó, luchó y sigue sin ser vencido.
Actualmente
vive en Miami y es padre de tres chicas (Kassandra, Kiara, y Kevina) y tres
chicos (Kevin, Kevin y Kevlar).
FIN
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