¿Y si un artista frustrado intentara colar sus pinturas en los museos del mundo? Este artista pintaría cada cuadro, lo barnizaría y lo enmarcaría, pondría cinta adhesiva de doble cara por detrás y envolvería el cuadro en su gabardina. Entonces llegaría, como nosotros, abriría su gabardina y pegaría su cuadro en una pared, justo entre esos picassos y renoirs.
Este pequeño cuento se convirtió en una historia corta llamada "Ambición" y en un guión. Esta historia, sobre un artista desesperado por hacerse un lugar en la historia, la incluí en una novela llamada Fantasmas ["Haunted" en el original].
El 13 de Marzo, el Museo Metropolitano de Arte encontró un maravilloso cuadro de marco dorado, un retrato de una mujer con una máscara de gas, pegado a una pared de su galería. El 16 de Marzo, el Museo de Brooklyn encontró el retrato de un oficial militar del siglo XVIII sujetando una lata de spray. El Museo de Arte Moderno encontró una pintura el 17 de Marzo, reflejando una lata de sopa de tomate. El Louvre y el museo Tate han encontrado pinturas similares pegadas en sus muros.
Según el New York Times, esta es la obra de un artista del graffiti británico llamado Banksy, quien se viste con una gabardina y una barba falsa para colgar sus trabajos entre las obras maestras.
¿Una coincidencia? ¿O somos la misma persona, más de lo que nos gustaría admitir? Mis pensamientos son tanto tus pensamientos que apenas se pueden considerar míos. Con la más oscura fantasía que tú mantienes enterrada, otro se hace rico cantando en la radio.
Fuente de las imágenes: este destartalado y obsoleto artículo de Wooster Collective
Hoy en día prácticamente todos conocemos a Banksy y sabemos que no sólo se dedica a ponerse barbas postizas y a colar sus cuadros en museos. Está el pique con Robbo, las pesquisas policiales, Exit Through the Gift Shop, el tour por Estados Unidos, su "residencia" en Nueva York, las camisetas no autorizadas, los jpgs de ínfima compresión compartidos por mamás en su muro de Facebook... Y recientemente su disparatado (por ambicioso y gigantesco) proyecto Dismaland, un Disneyland de pesadilla postmodernista.
No es de extrañar que Banksy leyese a Chuck Palahniuk y se sintiese inspirado por su idea. En mi subconsciente tengo un cajón en el que guardo juntos a Palahniuk y a Banksy, del mismo modo que tengo otro cajón donde guardo cosas simbólicamente equivalentes como las espadas de luz, el Smith & Wesson de Harry el Sucio y mi pene. El cajón donde guardo a Palahniuk, Banksy y otros elementos de la panda tiene una etiqueta que dice "Postmodernismo".
El postmodernismo es una visión que abarca ramificaciones del arte, la cultura y la filosofía, pero, para resumir, me voy a limitar a lo que me enseñaron en la escuela de arte:
-Ya pasó la Era Moderna. Vivimos más allá del modernismo, en el post-modernismo. La humanidad vivió la era moderna y no sirvió para nada. Tuvimos el Renacimiento, la Ilustración, la Revolución -Francesa con su exaltación de la razón, la ciencia y el conocimiento como faros guía, la búsqueda de la libertad y la confianza en las posibilidades el ser humano. ¿Y qué tenemos? Sistemas democráticos donde la opinión del pueblo apenas tiene repercusión. Fábricas en la India donde empleados subasalariados inhalan el cancerígeno polvo que se libera al rociar con chorros de arena a presión los pantalones vaqueros, porque entre los jóvenes del primer mundo está mejor visto que las cosas parezcan gastadas. En el primer mundo está de moda parecer pobre. Mientras, chinos se tiran por las ventanas de factorías donde no soportan jornadas de 18 horas ensamblando aparatos tecnológicos como este en el que escribo este artículo. Vivimos presos de un capitalismo despiadado, de una casta política (sí, "casta", gracias por poner de moda la etiqueta que todos necesitábamos, señor Iglesias) y vamos camino de una extinción sin retorno confirmada por expertos. El progreso y la razón han fracasado. El postmodernismo ya no confía en la inteligencia del hombre.
-Las utopías políticas y la idea del progreso han fallado en sus promesas. El progreso debe ser individual. La revolución debe ser interior.
-Desencanto. La injusticia y el mal forman parte de la historia humana. Vivimos abocados a la catástrofe y la decadencia moral. El lenguaje resultante es el de la ironía.
-Se recicla, se satiriza y se samplea los iconos de la cultura de masas: Ronald McDonald, latas de sopa, la Mona Lisa, Marilyn Monroe, Mickey Mouse, el presidente Washington en los billetes de dólar... Nos bombardean constantemente con este material. Esta es ahora nuestra arcilla para hacer arte. Estos son nuestros mitos. Las celebridades son nuestros Ulises y Hércules, y las grandes corporaciones los mamuts que pintamos en las cuevas. La cultura popular es la inspiración de nuestras canciones. Si nos empujan estos símbolos garganta abajo, si nos sacan los cuartos estampándolos en cosas que deseamos, si son los símbolos del capitalismo, vamos a burlarnos de ellos. Vamos a transformarlos, vandalizaros y monstruificarlos. Vamos a hacerlos nuestros, caray. Nos lo deben.
Napalm, Banksy, 2004-5
-No hay verdad absoluta. Todo es relativo. Einstein y su teoría. «Nada es verdad, todo está permitido»: supuestas últimas palabras, antes de morir, de Hassan-i Sabbah, jefe de la secta chiita de Los Asesinos, Los Hashishin, que se ponían hasta las trancas de hashish para ponerse a tono antes de sus misiones de asesinato y espionaje.
Colgando sus propios cuadros en un museo, Banksy utiliza tácticas de guerrilla: aprovecharse de los medios oficiales disponibles y ponerlos a tu favor, a un coste mínimo y de forma indetectable. El enemigo es pequeño, actúa en su propio terreno, ataca y desaparece. Daño máximo con los mínimos recursos. Como todo lo generado en la marginalidad o la guerra, la publicidad ha sabido fagocitar estas técnicas y convertirlas en una herramienta más: el marketing de guerrilla. La clave, como en el arte urbano, es situar la obra en el lugar en que cobra sentido.
En su origen, allá por los años 50, los Sound System, un término hoy en día abusado, básicamente eran un puñado de jamaicanos con un tocadiscos, un DJ que hacía de maestro de ceremonias (más tarde convertido en Master of Ceremonies, MC, que acabó rapeando sobre las bases musicales) y unos bafles gigantescos que a menudo obtenían su corriente eléctrica de algún apaño ilegal en el alumbrado público. Esta era la forma de los pobres de aprovecharse de forma no autorizada de los recursos públicos para montar fiestas que acabaron siendo más populares y relevantes que las actuaciones de artistas en directo.
Colocando sus obras en museos, Banksy los convierte por definición y oficialmente en arte, emulando a Marcel Duchamp, que en 197 firma un urinario, lo tumba y lo planta en un museo. De repente es el espacio el que da calidad de arte al objeto. Y es el acto, el acto que a nadie antes se le ha ocurrido o se ha atrevido a realizar, lo verdaderamente significativo, la verdadera obra.
La fuente, Marcel Duchamp, 1917
Mucho se ha hecho a rebufo de esta ruptura de Duchamp, hasta destruir toda frontera entre lo que es una obra de arte y lo que es una estafa, o al menos un acto insignificante: poner una cosa en un sitio. Un objeto no artesanal en un lugar que cuenta con la aprobación de las autoridades. Tenemos ejemplos bien cercanos en la feria de arte ARCO de 2015.
Skin 4, Jaime de la Jara
Ahora, cuando un militar dieciochista parece haber pintado como protesta "No war" o Edward Norton declara que si pudiera elegir lucharía contra Gandhi, el pacifista por excelencia, digo yo que ahí hay menos debate, porque ahí hay paradoja, hay tensión, y eso es lo que es el arte: tensión entre fuerzas. Y eso es lo que es la humanidad: una puta paradoja. Capaz de lo peor y lo mejor. En la guerra y en internet.
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